El día en que los dragones retornan - Begoña Pérez Ruiz
La literatura de fantasía, terror
y ciencia ficción cuenta entre sus filas con muchos escritores, varios con un
nombre hecho y un legado de varios libros publicados. Sin embargo, hay un buen
número de escritores que son poco conocidos, esto puede ser porque no han
publicado tanto, o porque sus libros han sido editados por editoriales
pequeñas, en muchos casos se debe a que sus relatos aparecen en revistas de
género, si a esto le sumamos que algunos de ellos son conocidos solo
entre ciertos círculos (casi siempre muy pequeños) acotados por ciertas regiones
geográficas, tendremos un puñado de autores que de este lado del
mundo podrían resultar totalmente desconocidos por la poca familiarización con
su obra.
Hace
algunas semanas buscando algunos relatos de terror en español, volví a dar con
cierto fanzine editado en los 90's en España dedicado al horror cósmico llamado "Los Diletantes de
Lovecraft", y digo que volví a dar, porque hace algunos meses ya había leído
referencias (bastante buenas por cierto) de esta publicación.
Gracias a
las redes sociales pude ponerme en contacto con Begoña Pérez Ruiz, quien hace
poco más de 20 años fuera miembro fundador del Club "Los diletantes
de Lovecraft", quienes serían los que estarían detrás de la edición y publicación del mencionado zine. Las páginas de esta publicación dieron en
su momento luz a varios relatos de terror de autores poco conocidos, así como
varios ensayos referentes a la literatura de terror, también contenía
traducciones en español de relatos de autores como: Clark Ashton Smith, Elizabeth
Berkley, August Derleth, muchas de ellas inéditas o que habían
aparecido en otras revistas del género y habían pasado desapercibidas.
Actualmente Begoña es una escritora más enfocada en la Fantasía y la ciencia ficción,
en abril de este año ha lanzado su libro de relatos: "Cuentos de mañana
para ayer" de la mano de la editorial Eride y lanzó hace un par de años su
novela "Azul, el poder de un nombre. Samidak",
de la mano de la misma editorial, actualmente también colabora con algunos
relatos en las revistas: NGC3660 y el Taller
de la Factoría.
El relato
que les comparto apareció en el número 1 de la revista digital Taller de la
Factoría y me comenta Begoña en uno de sus correos que está por publicarse una secuela en otra de las
revistas en las que escribe, algo que me ha gustado bastante es que en sus
letras se desbordan todos los mundos fantásticos por los que ha viajado
durante años.
El día en que los dragones retornan
Por Begoña Pérez Ruiz
—Aún no
se les ve, pero no te preocupes, pronto estarán aquí—. Madre me toma con cariño
de los hombros mientras me habla. Yo no dejo de mirar al cielo con ansiedad.
Espero que lleguen de un momento a otro, los dragones, con ese majestuoso
vuelo que tanto me han contado. Los dragones que me traen a mi bebé. Porque hoy
es el día, mi gran día, como lo es también para mis compañeras de Maternidad:
Triana, Gravi y Dindra. Hoy las cuatro nos convertiremos en Madres, en cuanto
los dragones nos entreguen a nuestros bebés.
No cejo
de escrutar las nubes distantes, anhelando verlos. Será la primera vez que lo
haga y aún no puedo determinar si estoy más deseosa de contemplarlos a ellos o
al bebé que traen para mí. Madre sí los ha visto muchas veces, los ha podido
observar en todo día de la Maternidad que ha decidido acudir.
Es uno de
los privilegios de ser Madre, ese que yo estoy a punto de conseguir. Madre me
ha hablado muchas veces de los dragones y otras Madres me los han descrito
siempre que les he preguntado por ellos. Pero yo necesito verlos por mí misma y
disfrutar de su sublime estampa voladora. Estoy convencida de que lucirán como
magníficos señores de los cielos. Así siempre me los han descrito todas las
Madres, salvo Madre Vetusa, ella decía que solo eran demonios con alas.
Madre
Vetusa murió el año pasado, en cuanto llegó el frío a nuestra comarca. Era
demasiado anciana. En realidad yo sé que no murió en su choza como nos hicieron
creer todas las Madres. Se fue, yo misma la vi caminar hacia el interior del
Gran Bosque. Estaba muy cansada de todas nosotras. En su tumba no está su
cuerpo, ni siquiera su recuerdo, solo yo la guardo en mi memoria.
Ella era
la única que me hablaba de los hombres, esos que yo no sabía quiénes eran, los
que yo desconocía que existían en este mundo.
—Los
matamos, los matamos a todos, cansadas de sus abusos... Aquel oscuro día, la
comarca se tiñó de rojo y la sangre de nuestros hombres convocó a los dragones.
Vinieron atraídos por nuestro brutal crimen, lo aceptaron como un sacrificio y sellamos
con ellos un infame pacto. Pero ellos no son hermosos como todas dicen, son
solo demonios con alas. Ni siquiera sé porqué les llamamos dragones. Los
dragones de mis cuentos infantiles se mostraban como hermosas criaturas
portadoras de suerte. Los dragones reales nunca robarían las niñas de otras
regiones a sus verdaderas madres para traérnoslas a nosotras. Son solo
monstruos con alas. Pero nosotras superamos su perversidad, permitiendo que
esto continúe, negando nuestra culpa, dando la espalda a nuestro cruel
magnicidio...—. Madre Vetusa pronunciaba siempre su relato con una gran
serenidad, pero invariablemente lo culminaba llorando con desconsuelo, como una
niña pequeña.
Ese
llanto me hacía saber que todo lo que contaba solo podía ser cierto, que no
eran las locuras de una anciana, como me decían las otras Madres. —Los hombres
se fueron todos juntos un día. Entraron en el Gran Bosque y no volvieron. Nos
abandonaron. Pero los dragones tienen misericordia de traer hijas a nuestra
comarca para que esta siga creciendo con prosperidad.
Mi Madre
así me lo contó y antes su Madre—. Yo sabía que Madre no me mentía, solo
contaba la historia que le habían contado a ella, me relataba un cuento.
Un día me
interné en el Gran Bosque. Fue antes de que se perdiera Vetusa en él. Yo no lo
hice con el afán de abandonar a mi gente. Pretendía encontrar a los hombres,
aún sabiendo que no estaban allí. Tenía un miedo espantoso, pensaba que podía
perderme en cualquier recodo y no sabría volver a mi choza con Madre. Sabía que
ninguna Madre habría de buscarme en el Gran Bosque,
nadie conocía que mis pasos me habían llevado hasta allí, ni nadie se atrevería
a adentrarse entre los árboles oscuros para encontrarme. Yo no buscaba a nadie
en concreto y a nadie encontré, salvo a mi propio convencimiento, que ya crecía
en mis entrañas, la verdad detrás de los cuentos.
En el
interior del bosque pude ver unas bestias salvajes, yo nunca había visto
animales como esos. Le pregunté a Vetusa a mi regreso por ellos, ella los
nombró como ciervos. Eso es lo que yo pude ver ese día en mi paseo por el
bosque, una completa manada de ciervos. Incluso sin saber qué eran, asustada
por su naturaleza salvaje, sin conocer si me serían peligrosos, me acerqué
hasta ellos. Tenía que verlos de cerca. No pude ponerles entonces nombres, de
esos con los que ya alguien los había bautizado en tiempos pretéritos, de esos
que yo tanto desconocía. Mi propio mundo era minúsculo y extraño. Y aún sin
saber nombrarlos, supe que componían toda una familia de su especie, había
varias hembras, algún macho y numerosas crías. Lucían hermosos, en plena
naturaleza. Les tuve una envidia infinita, me hicieron sentirme más pequeña y
ridícula de lo que creía ser.
Sigo
mirando al cielo y dejo que mi nerviosismo gobierne aún más todo mi cuerpo
cuando compruebo que unos puntos empiezan a tomar forma en el horizonte.
Avanzan hasta nosotras, vienen hacia la cima del monte donde los esperamos. Es
el lugar señalado para el encuentro, un sitio sagrado para las Madres. Hasta
aquí solo suben Madres, para esperar la llegada de los dragones del cielo. Así
que esas siluetas que se dibujan en el firmamento solo pueden ser ellos, los
dragones. No puedo evitar pensar en mi sueño oscuro, esa pesadilla recurrente
en la que me pierdo en el bosque buscando a los ciervos y solo encuentro la
calavera pelada de uno de los machos con toda su cornamenta. Cuencas vacías,
donde antes había unos ojos expresivos y ahora se retuercen gusanos cebados, de
esos que solo deberían vivir en las manzanas y no en los restos de algo antaño
tan hermoso.
Al fin he
entendido el mensaje de mi sueño. Sé que la calavera no habla de muerte, sino
de vida. Por eso el cráneo pelado rebosa gusanos a los que yo ofrezco, como
protagonista de mi propio sueño, una manzana roja. Por eso hoy mismo
espero a los dragones con más esperanza que la que tienen mis compañeras de
Maternidad.
He
contagiado a Madre mi inquietud, trata de disimularla alisando los pliegues de
mi clámide blanca, la ropa ceremonial de mi bautizo como Madre. Mi vestimenta
está perfecta, pero Madre necesita alejar su excitación.
—Me
gustaría que mi bebé se pareciera a mí— le digo, como si las palabras salieran
de mi boca distraídamente, sin intención ninguna. Como si no tuviera
importancia lo que acabo de decir. Y, sobre todo, como si no encerrara la
evidencia que descubre el cuento de las Madres. Madre y yo no nos parecemos
físicamente, sería raro, pura casualidad, lo contrario. Madre deja al fin de
lustrar mi ropa para contestarme:
—Será una
niña preciosa como tú misma lo eres. Y tú serás una gran Madre— ella se calla
un segundo antes de seguir hablando, creo que espera que yo le diga lo buena
Madre que ella ha sido para mí, pero soy incapaz de pronunciar algo tan
sencillo en ese momento— ¿Rezaste adecuadamente todos tus plegarias esta mañana
en el templo antes de reunirte con tus hermanas de Maternidad?—. Noto que Madre
me lo pregunta con recelo, como si temiera alguna equivocación por mi parte,
algo que pudiera alterar mi rito de Maternidad. Se siente un poco dolida por la
frialdad con la que la trato desde hace días, lo sé, pero no puedo evitarlo. Yo
me limito a asentir con la cabeza y diviso en el cielo la forma ya nítida de
los cuatro dragones.
Sus alas
son hermosas, armazones de plumas azules que planean poderosas rasgando la
perfección del cielo celeste. El resto de su cuerpo no se presenta como
extraordinario. Parecen seres como yo, dos piernas, dos brazos, un torso, una
cabeza... Aunque su aspecto es más musculado y recio. Visten sólo una especie
que pantalones cortos de un color rojo. Una tela lustrosa que les cubre desde
la cintura hasta las rodillas.
No
distingo sus rostros, están demasiado lejos. Cuando descienden ante nosotras y
al fin puedo verlos con mayor detalle por la cercanía, mi curiosidad no se
centra en ellos, sino en los bultos envueltos que llevan entre sus manos, traen
nuevos retoños para las nuevas Madres, uno es el mío.
En el
momento que uno de los dragones me lo entrega, es cuando me permito mirar su
cara. Pero su semblante está oculto bajo una máscara roja horrenda. No es un
rostro humano, ni de bestia alguna que yo conozca. Es un monstruo lleno de
arrugas y surcos salvajes y con dos enormes cuernos negros que le salen allí
donde deberían estar las orejas y se retuercen elevándose hasta el cielo. El terror
de mis ojos ante semejante visión parece desconcertar al dragón que tengo
frente a mí y se despoja de su espeluznante máscara, aquella creada para
infundir miedo. Sin la máscara, me ofrece la visión de su verdadero rostro y
por un momento permanezco embelesada con los hermosos rasgos de sus facciones y
por el cálido azul de sus ojos.
Nunca
antes vi una imagen humana tan perfecta y tan bella. Solo cuando alarga sus
brazos hacia mí y me tiende más cerca al bebé que me trae, aparto de él mi
mirada, aún con esfuerzo.
Siento un
calor en mis mejillas, como nunca antes lo había sentido, y un desconocido
fuego interno que ha despertado en mí el dragón. Pero decido aparcar todo
aquello por el momento y me concentro en contemplar por primera vez a mi bebé.
Lo desarropo, apartando la manta que le viste. Veo su desnudez y sonrió al ver
sus genitales porque compruebo que sí hice bien
Mis
plegarias de la mañana. Y me alegro de que estas hayan sido escuchadas por mi
dragón, ese que me ha traído al que será mi hijo, sin duda un niño precioso.
Confío en que yo seré una buena Madre para él.
Begoña
Pérez Ruiz
Colombes,
Francia, 1972.
Desde pequeña, vive en Getafe. A temprana edad se aficionó a la
lectura, sobre todo a la literatura fantástica. Creó un fanzine, Los
diletantes de Lovecraft, y un club asociado. Allí publicaba relatos de
terror, igual que en el fanzine Cartas desde Innsmouth. Estudió
Biblioteconomía y Documentación y ha trabajado en distintas librerías, además
de ser lectora profesional en SM o Versátil. También ha colaborado con
artículos sobre literatura en webs como Cine y Letras.
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